Rayos de luz
Mírala, es lo único que brilla en todo el jardín. Está en un
mundo de blancos y negros. Sus hojas empiezan a marchitarse, pero aún así
brilla. Es un sol en miniatura, es un lucero que desprende rayos de vida. Está
intentando devolverle el esplendor al mundo y a su alrededor hay un aura de
color. Si acercas tus dedos a sus pétalos, verás cómo se esfuerza en darte
calor.
Notarás un pequeño calambre, un río de cálido sentimiento
que sube por las yemas y te recorre por dentro. Pero, quizás, su tono se apague
un poco más, quizás una hoja se suelte hasta caer a tus pies. Sabe que su vida
es efímera como el tiempo y aún así quiere hacer sentir que existe, que puede
afectar al rumbo del destino gris. Por eso, si apartas ligeramente la tierra de
su alrededor, podrás descubrir unos tiernos
brotes, verdes como ningún otro que haya aparecido en ese lánguido
jardín. Incluso por sus raíces está entregando su esencia, sus gotas de color.
No le importa que eso acorte sus días, sus horas, si puede devolverle la luz a
ese paraíso en miniatura. Es su meta, su razón de existencia. Es por lo que
lucha, por lo que se enfrenta al resto de la naturaleza apagada. A lo mejor
mañana ya no queda de ella más que un triste esqueleto de pétalos, pero
seguirán siendo pétalos coloridos, mustios pero con un rastro amarillo. En
realidad jamás morirá, nada perece si queda en el recuerdo. Aquellos tiernos
brotes llegarán a crecer e iluminarán el jardín como ella intentó hacer. En sus
tallos, sus hojas y sus flores, habrá una marca de su sueño, su perseverancia,
su inocencia y su esencia. Porque con esfuerzo, se cambia hasta el color del
cielo.