sábado, octubre 30, 2010

Hijos del orden y el caos





Hijos del orden y el caos

-Hermano, que sorpresa verte por estos lares.

El hombre al que se dirigía le lanzó una irónica sonrisa.

-Ya ves, aunque seguro que ya lo tenías previsto de antemano –respondió éste entrando por fin en la oscuro sala que había ante él-. Igual podías haberme ahorrado este viaje e ir tú a buscarme.

-Sabes que estar allí me levanta dolor de cabeza –replicó el primero levantándose de su cómodo asiento.

Estiró el cuello entumecido y extendió la pesada carga de su espalda. La terrorífica magnificencia de sus alas ensombreció su rostro puro.

-Y a mí estar aquí me atufa la nariz durante días, no sé como tú y tus acólitos soportáis este olor tan… fétido –dijo el visitante, sin sorprenderse ni nada que alterase su estoico gesto.

-Hermano, hermano, hermanito, que poco sabes apreciar las cosas de la eternidad. ¿Hace cuánto que no nos veíamos? ¿Cinco, o tal vez seis siglos? –preguntó acercándose al hombre que le acompañaba. Sus rostros eran muy similares, pero donde uno era oscuridad, el otro era luz-. Creo que siempre acabamos opinando sobre nuestros hogares. Serán cosas de la edad, ¿no crees?

-Luc, tenemos cosas importantes sobre las que hablar, que creo que ya no se pueden retrasar más –repuso cortando los desvaríos de su anfitrión-. Hace mucho que empezamos a ver que esto se nos iba de las manos.

-¿Pero de qué te preocupas? –inquirió clavándole sus ojos negros-. Ese mundo ya está consumido. Hay tanta maldad suelta que ni tú eres capaz de frenarla. Y te aseguro que ni yo ni nadie de mi gente ha intervenido más que en épocas anteriores. Nosotros sólo lo hacemos porque es nuestra forma de vida, es lo que somos, pero ellos sólo quieren dañar porque sí. ¡A su propia raza mísera y cruel!

-¡Quién te escuchara, hermano! –exclamó asombrado-. El mismísimo diablo hablando mal de la crueldad.

-Odio que precisamente tú me llames así –gruñó el de las alas negras-. Me conoces mejor que nadie. ¿Cómo debería llamarte entonces a ti? Tienes más nombres que yo: “El que todo lo ve”, Jehová, Alá, Buda, “El señor de los cielos”…

-¡Esos humos, Luc! Perdona, sólo era una broma de mal gusto.

Luc replegó las alas negras inspirando fuerte. Siempre que se encontraba le costaba manejar sus emociones; cosas de los polos opuestos.

-¿Seguimos con el asunto por el que he venido, por favor? –esta vez, fue el invitado quien se permitió extender unas hermosas alas brillantes, de un blanco prístino, que iluminaron levemente el habitáculo. Las batió suavemente, consiguiendo por parte de su hermano una mirada ceñuda.

-Jay, sólo una cosa antes, ¿no te cansas de presumir? Tus ángeles también tienes alas blancas.

-No me compares con los ángeles, ni siquiera con los arcángeles, hermano, o haré yo lo mismo contigo y tus demonios.

Ambos se callaron, sin duda no tenían comparación con sus inferiores y a parte, las discusiones de familia entre ellos podían resultar devastadoras para los demás. Ya lo habían comprobado más de una vez.

-¿Qué quieres que hagamos entonces? –dijo el diablo sentándose en un sillón mientras su hermano le imitaba en uno que había enfrente-. ¿Una criba mundial? ¿Un castigo ejemplar? ¿Algún tipo de amenaza relevante? Cualquiera de estas cosas será para nosotros un placer de cumplir, ya lo sabes.

-¿Crees que algo de eso servirá? ¿Después de tantos milenios sin conseguirlo? –Jay se revolvió el pelo blanco con desesperación-. Ya tuvimos la peste negra, la destrucción entera de Pompeya, los últimos terremotos, huracanes, tsunamis…

-Todo eso no fue hace mucho, pero quizás si probamos algo nuevo… -sugirió Luc con una oscura idea titilando en sus negras pupilas.

-Tanto dolor me hace daño, a mí y a los ángeles –Jay suspiró y dejó que sus cálidas alas le cubriesen levemente, de forma inútil para reprimir un escalofrío-. ¿De verdad no hay otra forma?

-Lo siento, hermano, no debí sugerir eso delante de ti.

Luc se levantó con un ligero brinco del sillón y se acercó a Jay. Apoyó su mano en el hombre del debilitado señor de los ángeles y le dio un leve apretón. Chasqueó los dedos de la otra mano y apareció sobre ella una pequeña voluta de humo. Su hermano levantó la vista y, sorprendido, la recogió cuando se él se la dio.

-Esa es una de las opciones –murmuró Luc, con sentimientos reencontrados matizando su voz.

Jay no dijo ni una palabra, apretó la voluta entre sus manos y cerró los ojos, sabiendo a lo que se refería, dispuesto a observarlo pero a través de los recuerdos del siniestro diablo.

Su mente viajó por el recuerdo que Luc le había prestado, una memoria de hacía millones y millones de años, pero que aún lo mantenía intacto como el primer día. Estaba ambientado en un lugar imposible de describir con palabras humanas, ni siquiera se acercaba a lo que se suele definir como el paraíso. Era una mezcla de orden y caos en su más puro significado, algo invisible a los ojos mortales, e incluso para inmortales como los ángeles y los demonios. Algo incomprensible para quien formara parte de la razón.

Un nudo de nostalgia y soledad se formó en el interior del observador. También estaba esa posibilidad: volver al principio de todo, regresar a aquel divino lugar de donde provenía toda existencia.

Sabía que si hacían eso, sólo ellos se salvarían del efecto que provocarían el caos y el orden al recuperar lo que aquella raza había conseguido alterar. Por algo ellos formaban parte de aquellas indefinidas magnitudes o lo que fuesen.

Eso era lo que a Jay más le dolía, el tener que dejar morir a miles de millones de seres que poseían la vida que él mismo intentaba preservar por encima de todo. ¡Qué irónico! Al final todo se dividía en eso: muerto o vida, mal o bien, Luc o él. Cosas opuestas pero tan necesariamente complementarias.

Antes de que Jay pudiese seguir divagando, la escena que se mostraba en su mente se convirtió en una que él también guardaba con aprecio. La primera vez que él y su hermano, poco después de despertar a su existencia, jugaron a crear y destruir diferentes cosas. Jay inventaba figuras, formas, palabras y seres. Luc las destruía para que su hermanito pudiera volver a empezar y no aburrirse ninguno de los dos. Juntos mantenían un equilibrio constante.

El problema empezó cuando crearon esa especie de tablero de juego, la Tierra. Cada uno hizo sus propias fichas, fabricadas a su imagen y semejanza: los ángeles y los demonios, lo más cercano a la perfección, pero negados al sumo control. Eran sólo eso, peones.

Luego estaban los demás componentes. Al principio formaron aquellos torpes animales, los dinosaurios. Comprobaron que no servían para mucho, así que Luc se encargó de dejar todo como al comienzo, para que Jay hiciera un nuevo intento y así empezar de nuevo. Podría decirse que quedaron en tablas.

Crear el conjunto que ambos deseaban era complicado, y a ojos mortales, muy largo, aunque sin duda no para ellos. Tenían una eterna paciencia que se vio recompensada cuando aparecieron los seres humanos. Descubrieron que si querían jugar, necesitaban dotarles de inteligencia, como a otros muchos seres, pero sobre todo, de curiosidad. Cuando los primeros hombres tomaron una conciencia propia, empezó la partida.

Luc, con sus demonios, debía complicar la vida de esos seres; torturarles mentalmente, conseguir odio, rencor, rabia, dolor… Todos aquellos sentimientos de los que se alimentaban sus siniestros peones. Cada vez que un alma humana iba al infierno, bajaba a formar parte de la reserva de “vidas”, parecido a un videojuego.

Por otro lado, Jay debía lograr lo contrario mediante sus ángeles. Su misión era mantener la Tierra en paz, que hubiese respeto, amor, amistad y todas esas cosas positivas que hacían vivir a los brillantes seres alados.

En realidad, ambas hermanos sabían que nunca ganaría ni perdería ninguno. Debía haber un equilibrio entre el caos y el orden siempre. En caso de que eso no ocurriese, podían suceder desgracias inimaginables. Por esa razón, cuando Luc descubrió que le llegaban más almas de lo normal, notaron que algo iba sumamente mal.

Poco a poco los ángeles estaban más debilitados y con ellos, el propio Jay. Y todo esto, llevó a que los hermanos se reuniesen de nuevo.

-¡Hey, tío! Ya puedes abrir los ojos, que te has quedado como tonto –Luc chasqueó los dedos delante del rostro de su hermano.

Sin duda Luc era bastante bipolar, al instante se preocupaba por Jay como luego podía gritarle igual que a un demonio inferior. Él le miró con cara de malas pulgas; siempre tenía la manía de cortar momentos relajados entre ellos de golpe. Rápidamente Jay se despejó y se puso en pie, batiendo las alas. Empezó a dar vueltas por la habitación.

-Entonces, ¿cuáles son las opciones que tenemos respecto a este molesto asunto? –dejó la pregunta en el aire.

-Exactamente, tres –respondió Luc-. Ninguna lo bastante positiva para ti me temo hermanito. Y mucho menos para los humanos.

-Lo suponía, Luc, pero me duele aceptar la muerte de tantos seres vivos –admitió Jay, bajando las alas apesadumbrado-. Allí en la Tierra hay familias buenas, niños inocentes, vidas a punto de ver la luz por primera vez, parejas enamoradas y gente intentando hacer el bien para los demás.

-Lo sé, claro que lo sé, pero por otra parte… -empezó Luc poniéndose frente a su hermano-. Hay familias que sufren por culpa de padres y maridos que se convierten en maltratadores y asesinos, niños que ya han matado a personas, vidas agotadas por pura maldad, parejas engañadas y gente que sólo dedica su vida a herir al resto de habitantes del planeta. Y por desgracia, éstos superan a los que tú proteges, éstos son los que han destruido ese mundo y lo han convertido en un cementerio que no deja de agrandarse y volverse cada vez más negro. Las almas que llegan al infierno con tanta maldad, son infecciosas para la cordura de mis demonios y las que llegan al cielo, han sufrido tanto que son ponzoñosas para tus ángeles. Si nuestros seres, que están hechos con parte de nosotros mismos, mueren, acabaremos igual que ellos. Y entonces no habrá vuelta atrás. Somos inmortales, sí, pero fabricamos nuestras propias armas y éstas se están volviendo en nuestra contra. Si nosotros desaparecemos, todo acabará para siempre.

-Puede que yo sea presumido, pero tú sufres un grave problema de egocentrismo. ¿Quién dice que tú y yo podemos ser el final? No fuimos el principio, nada indica que todo se acabe con nosotros –Jay se encogió de hombros con la mirada perdida en los grandes portones negros que daban a lo más profundo del llamado infierno-. Probablemente aparezcan nuevos representantes del orden y el caos; mejorados, claro, igual que hacemos con nuestros seres.

-No te me pongas filosófico, hermanito sensiblón…

-Lo que te ocurre, Luc, es que te duele saber que no somos tan importantes como pensábamos, ¿cierto?

Luc mantuvo sus alas erguidas, en tensión, pero no contestó. Su propio honor se lo impedía.

-Bueno, la eternidad nos afecta mucho mientras hablamos, siempre nos desviamos del asunto principal –murmuró Jay, más para si mismo que otra cosa-. En realidad supongo que es porque cuanto más se alargue esto, más tarde tendremos que tomar una decisión. ¿En qué piensas, hermano?

-No quiero destruir la Tierra, no con todos esos seres vivos que nos han acompañado tantos milenios –admitió Luc con una inusual tristeza en su voz-. Pero si lo dejamos tal y cómo está, acabará destruida sin nuestra ayuda.

De forma distraída, su mirada se centró en la pluma negra que su hermano tenía en el ala derecha. Mientras, su mano acariciaba la pluma blanca que destacaba por igual en su propia ala izquierda.

-Entonces, la opción de dejar que ese planeta desaparezca y la de borrar a sus habitantes, descalificadas, ¿no?

-Si llevamos a cabo el tercer plan, me parece lo mejor… -el oscuro gemelo cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás.

Jay enarcó una ceja sin saber que hacía Luc, pero algo le decía que nada bueno.

-Yo que tú, hermanito, haría que tus ángeles volviesen todos a sus casas de tu idílica ciudad –le recomendó Luc.

-Esto… ¿puedo preguntar que te propones?

-Si de tres opciones, dos no valen, ya está todo decidido –contestó como si fuera obvio-. Cuanto antes empiecen mis demonios a trabajar, menos preocupaciones para ti y para mí. Todo volverá a la normalidad en un corto periodo de tiempo y estaremos tan contentos. Como si nada de esto hubiese sucedido jamás. ¡Abracadabra pata de cabra! Un bonito espectáculo de magia negra para todos los públicos. No será tan divertido como con los dinosaurios, pero mis demonios y yo nos lo pasaremos en grande.

Una enorme sonrisa se extendió por el rostro de Luc y sus ojos negros parecían arder como el carbón. Batió sus alas con fuerza y se elevó en el aire, demostrando su siniestro poder.

Jay entendió rápidamente que bullía en la mente de su gemelo. Muy pocas veces estaban de acuerdo en algo, pero ahora no había otro remedio. Su deber era proteger la vida en el universo, sin importar lo que eso conllevase. Cada vida era importante, pero también existía el bien común y eso era lo que estaba en peligro desde que los humanos comenzaron a ultrajar la Tierra.

-Hermanito, dale al coco para crear a nuestros nuevos juguetes. Que tus ángeles te ayuden y que así se distraigan –le sugirió-. Señores, señoras… ¡que empiece la diversión!

3 comentarios:

Lisirien dijo...

Ya no se cuantas veces he intentado comentar en esta entrada, xd. Cuatro o cinco. Sabes que este fic me encanto, el juego que se traen entre los dos hermanos con sus juguetitos, xd. Ojala hicieras un par de caps más con estos personajes. ^^

Suky dijo...

Estoy dudando, pero casi podría asegurar que de todos los fics que he leído tuyos (tampoco son tantos, pero bueno xD ) este ha sido el que más me ha gustado.
El tema me flipaaa
y cómo lo relatas también.
Un beso enorme, guapa!!!

Amy dijo...

Me gusta mucho ^^ Me encantan tus post narrativos. Además está muy escrito, me he imaginado a Luc y Jay desplegando las alas, frunciendo el ceño, pensando, sus alas... y eso lo has conseguido tu con tu narración ^^

Voy a seguir leyendo, un besote!