lunes, diciembre 20, 2010

La hija de la Navidad

                             
La hija de la Navidad

Llegaba tarde. Muy tarde. Y su padre la iba a matar, a castigar de por vida. No podía correr más, jadeaba con los pulmones agotados, formando nubes de vapor que salían por su nariz y su boca. Frenó un poco e intentó esconder su extraño pelo blanquecino, casi plateado, bajo el colorido gorro rojo que tapaba sus orejas levemente puntiagudas. Se sacudió de encima la nieve que caía incesante y reanudó su carrera.

Con una mano sujetaba contra su cadera una bandolera roja y verde, llena hasta los topes de miles de cartas que debían de llegar a la fábrica antes de medianoche. Con la otra sostenía en alto un pequeño farol que iluminaba su camino. En ese momento, como recordatorio de su tardanza, en algún lugar del pueblo cercano, empezaron a sonar las campanas que marcaban las diez y media de la noche de ese frío 24 de diciembre. Tenía menos de media hora para alcanzar el trineo que le esperaba al final del bosque que marcaba el final de la población humana y el principio de un territorio helado e inhóspito. O eso parecía.

Las piernas cortas de la muchacha se movían con rapidez por la nieve blanca y virgen, dejando unas huellas pequeñas que desaparecían como por arte de magia. Sus pies estaban protegidos por unas raras botas de piel rojiza que parecían flotar sobre el suelo y tras su espalda ondeaba una capa verde con una capucha que tapaba su rostro por encima del gorro. Hubo un instante en el que la capucha se resbaló hasta sus hombros, dejando a la luz de la luna su rostro pálido de labios finos, nariz aguileña y ojos rasgados de color verde esmeralda.

Kynei, que así se llamaba la chica, era bastante bajita y en poco tiempo cumpliría 17 inviernos. Llevaba un rato deslizándose por entre los árboles, abetos en su mayoría, apenas alterando a los pocos animales que no hibernaban. Pronto divisó el pequeño trineo con cinco perros y una figura acurrucada con una capa blanca y un farolillo encendido.

-¡Ya estoy, ya estoy! –gritó la muchacha.

La otra persona se giró, mirándola con mala cara. Se agitó como un perrito, provocando una lluvia blanca.

-Kynei, llevas mínimo dos horas de retraso –le bufó-. Estoy congelado, creo que voy a perder todos los dedos, las orejas y la punta de la nariz.

-Anda, no te quejes tanto, que te ofreciste voluntario –replicó Kynei subiéndose al trineo, agarrándose a la cintura de su acompañante, quien conducía a los perros.

Los dos faroles iban colgados en un enganche del trineo.

-Porque eras tú, pero no sé si te lo mereces después de todo, ni siquiera me has saludado como es debido.

-Qué quejica eres, Norlak –le dijo Kynei apretando su agarre suavemente-. Sabes que como mi padre nos pille, no metemos en un buen lío. Creo que de la misma magnitud del que me va a caer como no llegue a tiempo a la fábrica, así que acelera un poco.

-A sus órdenes, mi capitana –Norlak azuzó a los canes, que corrían con la lengua fuera, emocionados-. Kynei…

-¿Sí?

-He estado pensando…

-¡Qué raro! –exclamó ella de forma burlesca-. Tú pensando.

-Kynei, por una vez en tu vida, tómame en serio, aunque sea porque hoy es la víspera de Navidad –dijo con gran paciencia el pobre. Al no escuchar réplica por parte de su pasajera, continuó-. Verás, se me ha ocurrido una idea. Tu padre cumple deseos, ¿no? Por decirlo así, si alguien le pide algo el día de Navidad y está en sus manos cumplirlo, su deber es hacerlo realidad, no se puede negar a ellos mientras sean peticiones inocentes, ¿verdad?

-Sí, más o menos esa es la cosa –asintió ella-. ¿A qué viene eso ahora?

-Incluso alguien como yo puede pedir su regalo navideño, ¿no es cierto? ¿O hay alguna pega? –Norlak ignoró su pregunta.

-No, que yo sepa algunos de los tuyos le piden cosas. Es más, él mismo las lee en persona, ya que suelen ser deseos no materiales. Aunque no es normal que viviendo con nosotros y haciendo su trabajo quieran algo más de lo que tienen.

-Genial, entonces no hay problema alguno –dijo el muchacho encapuchado con alegría-. Por fin tendré el mejor regalo de Navidad que pueda desear alguien.

-Norlak, eres el elfo más raro que he conocido en toda mi vida. Y mira que conozco muchos.

-Ya, pero aún así a mi me quieres más que a los otros –presumió él.

Kynei le dio un coscorrón y él se quejó.

-Tienes razón, te quiero más que a nadie.

El silencio se instaló entre ellos, sólo se oía el deslizar de los esquíes del trineo por la nieve y los jadeos de los perros y sus patas. Al menos, no era incómodo, sino de esos tranquilos en los que no hacía falta hablar para decirse las cosas.

Un rato después, en la oscura y fría noche, vislumbraron unas luces que rompían el patrón negro que era el horizonte. Kynei miró el reloj con cuidado de no molestar a Norlak: eran once y cuarto. Llegarían por los pelos para que los regalos estuviesen a tiempo. Ante ellos había un enorme edificio rodeado de pequeñas instalaciones y casitas. Era todo un poblado alrededor de la fábrica, con sus tiendas y escuelas. A ojos de un humano todo aquello no era más que un territorio vasto desolado por el frío. Pero ellos no lo eran, ni tampoco los habitantes que corrían de un lado a otro con montones de paquetes de variados tamaños.

Pronto entraron en las callejuelas, pero Norlak no descendió de velocidad y algunos elfos con los que se encontraron tuvieron que apartarse para no ser atropellados. Zigzaguearon rápidamente y ascendieron por el camino que llevaba a la puerta principal del edificio y entraron por ella hasta el patio central. Kynei se bajó del trineo casi en marcha, se echó la capucha para atrás y se sacudió la nieve de la capa.

-Ahora te veo –le dijo en un susurro a su taxista particular. Le dio un suave beso en la comisura de los labios y se marchó corriendo, sin saber que en su bandolera una carta de más iba a llegar a su padre con letra élfica.

Kynei ascendió hasta la parte más alta de la fábrica, una pequeña terraza. Se acercó al borde del muro, se quitó la bandolera y la abrió. Volcó las cartas en el aire y sonrió cuando todas se quedaron flotando ante ella. Los papeles vibraban como con vida propia, unos más que otros, dependiendo de la emoción de sus dueños. Una en especial le llamó la atención, ya que no vibraba, literalmente parecía dar brincos. Se encogió de hombros, pensando en lo rara que era la situación, pero le restó importancia. Extendió los brazos, cerró los ojos y chascó los dedos. Las cartas se abrieron y salieron disparadas hacia diferentes lugares del poblado.

Cuando Kynei abrió los ojos, observó que la que le sorprendió seguía parada ante ella, impaciente.

-¿Qué haces ahí quieta? –le inquirió mosqueada-. ¡Vamos, fuera! Que no tengo toda la noche.

La chica la azuzó para que se marchase. La carta dio una vuelta a su alrededor, rozó su mejilla y partió tranquilamente, en dirección al despacho de su padre.

-Lo que me faltaba –gruñó Kynei-. Tanta magia de Navidad que hasta las cartas piensan solas.

En ningún momento se le ocurrió relacionar el destino de la petición con la pregunta de Norlak.

Mientras, este último, con una sonrisa tonta en la cara, se había marchado a su casa. Con tranquilidad, preparó la humilde mesa del salón para dos con la mejor vajilla que tenía y se puso a cocinar sus más deliciosos platos. Nada ni nadie le amargaría la noche de Navidad ni los siguientes días.

En otro lugar, en un despacho de colores vistosos y lleno de papeles, un hombre de aspecto bonachón, espesa barba blanca y voluminoso vientre, maldecía mil y una vez su deber para con los elfos. Estaba esperando paciente a que tocasen las campanadas que marcaban el fin del día para ponerse a trabajar, cuando una última carta importante llegó a su mesa. Según la fue leyendo, su rostro se ensombreció y sus manos se crisparon arrugando el folio. Sabía que no podía negarse a cumplir aquel único deseo, pero no era por falta de ganas. Sin duda no lo era.

De repente, las campanas repicaron. Era la hora, el momento en el que la magia navideña cumplía deseos inocentes. Aunque el último a él no le parecía para nada inocente. Se levantó del sillón, se adecentó su traje rojo y blanco se puso su gorro y cogió su bastón. Golpeó dos veces en el suelo con él y apareció frente a un enorme trineo con un saco, que aunque no lo parecía, tenía regalos para un mundo entero. Cosas de magia. Los últimos elfos terminaron de dejar en su sitio los regalos restantes y él se subió a su asiento. Agarró las riendas de los renos y las sacudió. Soltó su más que conocido “Jo jo jo, feliz Navidad”, arrancando una sonrisa de los allí presentes, y partió a dejar felicidad por todo el planeta.

De camino a casa de Norlak, Kynei vio como su padre se marchaba, produciéndole curiosidad cuando, al pasar por su propio destino, dejó caer algo desde su trineo. Al llegar, tocó con los nudillos la puerta y el elfo de ojos azules zafiro le abrió. Antes de que pudiese saludarle, Norlak le tapó los ojos con un pañuelo y juntó sus labios ansiosos. Aún unidos por el beso, entraron en la casa hasta el salón. Kynei estaba sorprendida, ya que él siempre respetaba las reglas.

Norlak la hizo sentarse en una silla y encendió unas velas. Cogió de la repisa de la chimenea una cajita verde, la abrió y sacó un colgante con un corazón de diamante y cadena de plata. Lo puso en el frágil cuello de la chica y ella se estremeció ante el contacto frío de la piedra y el metal. Luego, le soltó la venda.

Kynei miró a su alrededor emocionada. Le miró a los ojos con un sentimiento indescriptible en iluminando sus pupilas.

-¿Qué significa todo esto?

-Por fin soy libre de estar contigo cuando quiera, para lo que quiera y donde quiera –dijo él sonriente-. Tu padre no podrá poner ninguna pega por mucho que sea el señor de la Navidad y de la nieve.

-¿Cómo?

-¿Sabes cuál fue mi petición? –Norlak estaba que no cabía en si de gozo-. Te pedí a ti. Por encima de las órdenes de tu padre y de todo lo que se quiera interponer.

Kynei agarró con cariño el colgante y volvió a besar al elfo con amor. Como buen caballero, él se apartó y sirvió la cena. Comieron con tranquilidad. La noche aún sería muy larga para los dos.

3 comentarios:

Lisirien dijo...

Esta genial cuñi ^^ Un cuento tipico navideño. Ya echaba en falta uno tuyo. Los nombres son chulisimo.

Suky dijo...

Me encanta!!!!!
Norlak es un amor! :) y El señor de la Navidad debería dejar de ser tan tontorrón! con lo bien que se les ve a esos dos juntos! qué bonitooo
Me ha encantado. Felices fiestas!!!!!!!

Lisirien dijo...

Cuñi, me encanta la lista de reproducción. Eso de escuchar Fearless cada vez que entro me emociona, jaja.